Se murió un domingo. El último día de una semana, cuando todos los ciudadanos descansaban, acabó una parte de la historia de ella.
Y pensó: "que bueno que decidió matarse".
Con él se fue la enfermedad, se acabaron los sinsentidos diarios, se limpió el ambiente, el mundo volvió a cambiar.
Y giró. Fue como vomitar una vida entera. Los otros habitantes de la ciudad no se dieron cuenta, pero el planeta se movió para bailar con ella. Y ya sin el peso de Fernando, empezó a flotar por las calles llenas de mugre y pasto.
Fue feliz. Se infló como una bomba roja, voló por el cielo y explotó de alegría sobre los campos.
Y entonces su historia, que se volvió la nuestra, siguió hasta el infinito.
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