Maíz pira de colores
Ir a cine era un lujo. Eso estaba claro en mi cabecita de cinco años, pero mi mamá, el sol de mi vida, me invitaba.
Compraba 'Bon bon Bum' y otras cosas más que ya no recuerdo, lo empacaba todo en una bolsa y lo metía bien al fondo de su cartera negra, porque claro, estaba prohibido entrar comida a los cinemas; la que vendían en la confitería no la podíamos comprar. No importaba. De todos modos era casi lo mismo que llevábamos pero más caro, así que no valía la pena. Esa era la lógica.
Luego de empacar las golosinas, ella ya muy bonita con sus botas puestas y su capul peinado, después de haberme recogido el pelo, perfectamente templado, eso sí, me ponía mi chompa rosada y nos íbamos.
Así era la logística de casi todas nuestras salidas. Nada se parecía a la felicidad de salir a pasear con mi mamá y si era a ver película, pues mucho mejor!
Solo había una cosa que no era perfecta cuando llegábamos al cinema. Cerca de la taquilla vendían maíz pira dulce y de colores: rosado, verde, amarillo. Y yo lo quería probar...
Mi mamá hizo una concesión. Decidió comprar una porción de crispetas.
- que sean de las de colores, que sean de las de colores, por favor que pida las de colores -
Estábamos en la fila y a mí me daba pena decir, pero suplicaba mentalmente.
...
...
El poder psíquico me falló. Cuando llegamos al mostrador preguntó por maíz pira salado y yo no me aguanté más. Pedí con ojos de pena...
- mi amor, tú sabes que no se puede, esas son muy caras.- me respondió con tristeza.
Era cierto y yo lo sabía desde otras salidas. Me invadió la vergüenza. Ya no me acuerdo qué contesté, pero debió ser algo así como:
- Pero mami...-
Y luego, con los ojos vidriosos:
- Perdón... -
Las dos nos quedamos tristes. Ella por no poder complacerme y yo por haberla puesto triste a ella. Que tonta, ya sabía que no tenía que pedir nada o ella se iba a sentir mal...
Lo que no sabíamos era que alguien de buen corazón había visto la escena. Una señora, que iba detrás de nosotras, sí había comprado el maíz de colores y cuando vio nuestro dilema íntimo, me ofreció de su paquete.
Yo estiré la mano y el mundo volvió a ser bueno. Probé las rojas. ¡Deliciosas!
Mi mamá se puso feliz y yo también. Calmado el antojo, dimos las gracias a la señora y entramos a cine.