Le puse piedras, lo llené de arena, le metí mil cánicas. Lo cubrí con un tapete y lo dejé por un tiempo...
Volví unos meses después, confiada en que ya no existía más, pero cuando asomé la cara, era más grande que antes. Entonces escupí, vomité, lloré sobre él. Esperé no verlo más, sobre todo no sentirlo más en mi suelo, pero ya no había cobertor suficiente para taparlo ni bastante agua de lluvia para llenarlo.
En noches como esta que por curiosidad vuelvo a asomar la cabeza, me parece descubrir que se extiende hacia lo profundo. Que gran hueco, que gran hueco.