Y aún así, vive Fortunata enamorada de sus valvas azules. Las únicas que ha visto jamás, las únicas que le parió el mundo. Son todas suyas, absurdas como ella misma que no siente más lástima por el paisaje, que el paisaje mismo por ella.
Descansando sobre su fondo amarillo, desteñido y empalado de punta a punta sobre el marco de la ventana, están pintadas las conchas de la cortina de Fortunata. Y ellas son en suma: el único pedazo de mar que ha conocido para siempre desde su residencia en la habitación 202 del hospital 'Mares de Misericordia'.
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