La última vez que habló se expresó con convicción. La ignorancia fluyó naturalmente, y la contundencia con la que la lengua tocó sus dientes, explotó en miles de millones de partículas de aire y sonido que al final, siendo el fraude que eran, se convirtieron en el eructo más grande que una mujer ojona y bajita emitió jamás.
Con asco, el mundo perdió una voz, que a su vez perdió la fe en el habla; y sin palabras Conchita no pudo más ser persona...
Con la mente nublada, la piel reseca, los ojos en blanco y la boca sellada llegó el fin de su humanidad, y en su lugar el vacío dio orígen a una nueva forma de vida, que aunque seguía siendo hermosa, tenía un destino frívolo.
Conchita se volvió una concha hueca, y aunque la gente todavía le pone el oído, para ver si dice algo, hay que contentarse con los mini remolinos de gas que se estrellan contra sus paredes y forman lo que las mamás llaman "el sonido del mar".
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No son las palabras las que están sobrestimadas, son los conceptos.
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