Está bien. Me trago este sapo. Voy directo a la cañería, donde sé que está escondido. Él de algo tiene que morir y yo de alguna carne tendré que vivir.
Por eso me lo como, porque no hay más personas aquí, tampoco hay comida. Hace tiempo que somos solo los dos; tengo certeza, porque es lo único que escucho en esta ciudad, abandonada en una época de depresión.
Lo siento moverse cerca de mi cambuche improvisado en una habitación vacía, como salta baboso entre la suciedad de las tuberías, en las paredes.
El sapo tiene que morir y yo voy a vivir asqueada, pero más que él.
Hay un hueco en el muro...
Estiro la mano. La hundo profundo en la arcilla, húmeda, con soportes de madera podrida, a través de un tubo metálico; y entonces lo siento arrastrarse. Baboso, maloliente, pero digerible. Llegó la hora.
Con el fin de su existencia me compro tiempo, mientras encuentro la solución a este problema de hambre y abandono.
No hay comentarios:
Publicar un comentario