Era una vez en la sección de literatura moderna, que en un estante olvidado, habitaba Mauricio, el ratón de biblioteca...
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Siendo como era, el hijo menor de una ratona carroñera, fue toda una sorpresa cuando un día cualquiera, en plena expedición por las canecas de la basura, Mauricio anunció que quería ser un ¡roedor intelectual!.
De sus ocho hermanos, seis pusieron el grito en el cielo y los otros dos, presas de un gran aturdimiento, se dieron sin saberlo a las garras de un gato pendenciero.
Por su parte, la madre ratona habiéndo perdido ya a dos de sus retoños, decidió dar por terminado el sacrificio y ceder por fin a las aspiraciones de Mauricio. Fue así como con llanto en los bigotes y a pesar de su poca convicción, persignó a su ratón más chiquitico y lo mandó a vivir en la biblioteca.
Los días posteriores a la mudanza fueron desde la perspectiva de Mauricio una experiencia hilarante. Se dedicó a recorrer los pisos de marmol y a visitar las estanterías repletas de libros de todas las épocas. De repente el mundo parecía un lugar más amable, donde los ratones también podían ser letrados.
Pero como no todas las historias de superación son exitosas, después de haber admirado portadas, pisapapeles y separadores, se reveló una circunstancia que cambiaría radicalmente el curso de este cuento: ¡Mauricio no sabía leer! y lo que es peor, nadie en esos iluminados pasillos, tan bastos en sabiduría, tendría la delicadeza de atender las necesidades educativas de un 'Mickey Mouse' analfabeta.
Mauricio nunca volvió a los basureros. En vez de eso, fue un ignorante vivendo entre libros, consolado por la certeza de estar, al menos, rodeado de conocimientos...
Por eso, este cuento se llama el ratón de biblioteca y no el ratón bibliotecario, porque nunca este mundo (tan a menudo excluyente) ha conocido un ratón que sepa leer y escribir.
M.
Antes que pensar en finales felices para seres extraordinarios, habría que mejorar las políticas de educación. ¡Y que vivan las oportunidades!