lunes, 5 de diciembre de 2016

La Divina Misericordia


Hay un Cristo al fondo, en la pared del pasillo. Lo colgaron hace años para que nos proteja. Pero hasta la fecha, él solo me mira, de pie, dentro de su cuadro.

Adornado con un marco dorado y un lienzo de fondo oscuro, el señor de 'La Divina Misericordia' se mantiene impasible ante mi dolor; me contempla indeciso entre el amor, el pesar y la furia y yo, arrodillada, de frente, le devuelvo la mirada. Con los ojos le pido una opinión, le hago una pregunta.

Pero no hay respuesta...

En esta parte de la casa hay mucho silencio. Estoy sola. Mantengo el respeto cristiano y pongo atención, pues el creyente no se cansa de esperar una señal.

Esperar, esperar, esperar, porque todo tiene una razón y porque hay algo invisible a los ojos, que será revelado en su momento. Eso se llama fe.


Entonces algo pasa...

...


Parece que sonríe. Se pone serio. Está molesto conmigo. Está triste. Está callado. Y todo al mismo tiempo.

Imposible saber si su cara pintada se movió de verdad o es solo el efecto especial de algunas pinturas, que como esta, te siguen con la mirada, no importa desde qué ángulo mires; pudo ser un momento de gracia, o solo una cuestión de perspectiva visual.

Y mi pregunta sigue flotando en el aire:

- ¿Por qué no puedo respirar?


La respuesta llega de repente. El sagrado rostro gesticula:

- Abre la boca.

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