Los sueña, los siente entre los dedos, los huele...
Y de eso estaba hecho el mundo por esos días, puros moños de olor dulzón que saben a reposo y a desuso de los bienes personales. No importaron las paredes grises, ni las ventanas coloniales, ni la fuente llena de bailarinas muertas de frío. Ni hablar del perro alambrado que tanto le amaba (y que él también amaba). No importó la cama desencajada ni la música maravillosa que anunciaba los estados de ánimo de Ambrosio; ni siquiera importó Facundo Cabrales sermoneándole desde su hamaca ¡Estás distraído!.
No importó, porque llegando al final de los días en la casa vieja, María sólo se acuerda de los moños verdes a medio quemar en las yemas de Ambrosio.
Ilustración de Vero Gatti