miércoles, 30 de mayo de 2012

Tus MoÑos verdes

¡Cómo puede ser!. Lo único que María recuerda de su querido Ambrosio son moños verdes.
Los sueña, los siente entre los dedos, los huele...

Que lástima que él nunca quiso (del verbo querer en general). No quiso moverse, cambiarse la pinta, voltearse las ideas, sumarse a nuevas causas; Ambrosio sólo tenía tiempo y fuerzas para sus moños verdes, ciertamente ellos eran su verdadero amor, no su trompeta de vientos graves, no el cielo que tanto le gustaba mirar por las noches, no María.

Y de eso estaba hecho el mundo por esos días, puros moños de olor dulzón que saben a reposo y a desuso de los bienes personales. No importaron las paredes grises, ni las ventanas coloniales, ni la fuente llena de bailarinas muertas de frío. Ni hablar del perro alambrado que tanto le amaba (y que él también amaba).  No importó la cama desencajada ni la música maravillosa que anunciaba los estados de ánimo de Ambrosio; ni siquiera importó Facundo Cabrales sermoneándole desde su hamaca ¡Estás distraído!.

No importó, porque llegando al final de los días en la casa vieja, María sólo se acuerda de los moños verdes a medio quemar en las yemas de Ambrosio.
Ilustración de Vero Gatti







El medio polvo

Se llamaba Lutencio, pero le decían el medio polvo... 

Su historia ninguna la quería contar. ¡¿Quién iba a perder el tiempo en semejante ramplonería?! -Dirían algunas sin mucha perspicacia- . Pero nadie las culpa por brutas. Ciertamente a estas alturas vilipendiar al medio polvo es una tarea inoficiosa y que requiere de un discurso por demás innecesario. Al fin y al cabo con el apodo le alcanza para veinte semanas santas de preponderancia.

Todas hablan de Lutencio y todos tienen la duda: ¿Quién es el tipo?, ¿Seré yo maestro? 

Realmente a Lutencio la pinta le sobra. Tiene buena pestaña para las locas y (sin querer) le funciona la boca para atraer misias de buena monta. Es un atrevido, un descarado, un desgalamido; pero también es un descreido de si mismo. 

Y es bueno. Sería insidioso negarlo, porque aunque duela admitirlo (y es que duele harto), al medio polvo le sobra corazón entre el pecho. Tampoco le faltan cualidades para ser un polvazo, lo que él nunca cuenta es que ya no le sabe a nada. El aliento se le salió de la cama y de la vida. Y el aliento se llama Eulalia: la fuente del problema, la que le rompió los pantalones antes de irse y a la que nadie nunca más volvio a encontrar.

De ahí que las que después vinieron, porque llegaron bien facil las muy necias, no tuvieron al día siguiente nada mejor que contar que la historia del medio polvo.





miércoles, 16 de mayo de 2012

Cuestiones culturales

El ser gallardo es por definición un ente bizarro, esplendido, hermoso a todas luces; es en toda ocasión una aparición sorprendente por lo inusual de su presencia en lo cotidiano.

Ante su saludo no existen dudas sobre su persona, no hay espacio para acusarle, porque es en suma la materialización de una convicción. 

Nos pasamos la vida añorando a los valientes porque así es como hemos aprendido a vivir, se nos ha enseñado a esperar de todo y de todos, pero sobre todo hemos sido educados para buscar en el otro aunque sea un mínimo rasgo diferenciador.

Y nos agotamos cada vez en cada nuevo detalle, porque nadie nos explicó que la gallardía es una programación atípica y exigente para la que no todos tenemos licencia. Ahí es cuando uno entiende porque se ve por ahí tanto cobarde.