miércoles, 30 de mayo de 2012

El medio polvo

Se llamaba Lutencio, pero le decían el medio polvo... 

Su historia ninguna la quería contar. ¡¿Quién iba a perder el tiempo en semejante ramplonería?! -Dirían algunas sin mucha perspicacia- . Pero nadie las culpa por brutas. Ciertamente a estas alturas vilipendiar al medio polvo es una tarea inoficiosa y que requiere de un discurso por demás innecesario. Al fin y al cabo con el apodo le alcanza para veinte semanas santas de preponderancia.

Todas hablan de Lutencio y todos tienen la duda: ¿Quién es el tipo?, ¿Seré yo maestro? 

Realmente a Lutencio la pinta le sobra. Tiene buena pestaña para las locas y (sin querer) le funciona la boca para atraer misias de buena monta. Es un atrevido, un descarado, un desgalamido; pero también es un descreido de si mismo. 

Y es bueno. Sería insidioso negarlo, porque aunque duela admitirlo (y es que duele harto), al medio polvo le sobra corazón entre el pecho. Tampoco le faltan cualidades para ser un polvazo, lo que él nunca cuenta es que ya no le sabe a nada. El aliento se le salió de la cama y de la vida. Y el aliento se llama Eulalia: la fuente del problema, la que le rompió los pantalones antes de irse y a la que nadie nunca más volvio a encontrar.

De ahí que las que después vinieron, porque llegaron bien facil las muy necias, no tuvieron al día siguiente nada mejor que contar que la historia del medio polvo.





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