Los sueña, los siente entre los dedos, los huele...
Y de eso estaba hecho el mundo por esos días, puros moños de olor dulzón que saben a reposo y a desuso de los bienes personales. No importaron las paredes grises, ni las ventanas coloniales, ni la fuente llena de bailarinas muertas de frío. Ni hablar del perro alambrado que tanto le amaba (y que él también amaba). No importó la cama desencajada ni la música maravillosa que anunciaba los estados de ánimo de Ambrosio; ni siquiera importó Facundo Cabrales sermoneándole desde su hamaca ¡Estás distraído!.
No importó, porque llegando al final de los días en la casa vieja, María sólo se acuerda de los moños verdes a medio quemar en las yemas de Ambrosio.
Ilustración de Vero Gatti
me encanta (y no hablo de los moños verdes) en serio me gusta mucho como escribes. si en algún momento te da por escribir un libro seré el primero en comprarlo.
ResponderEliminarcomo diría el propio facundo el que hace lo que ama esta benditamente condenado al éxito.
un abrazo
Ambrosio.