lunes, 5 de diciembre de 2016

La Divina Misericordia


Hay un Cristo al fondo, en la pared del pasillo. Lo colgaron hace años para que nos proteja. Pero hasta la fecha, él solo me mira, de pie, dentro de su cuadro.

Adornado con un marco dorado y un lienzo de fondo oscuro, el señor de 'La Divina Misericordia' se mantiene impasible ante mi dolor; me contempla indeciso entre el amor, el pesar y la furia y yo, arrodillada, de frente, le devuelvo la mirada. Con los ojos le pido una opinión, le hago una pregunta.

Pero no hay respuesta...

En esta parte de la casa hay mucho silencio. Estoy sola. Mantengo el respeto cristiano y pongo atención, pues el creyente no se cansa de esperar una señal.

Esperar, esperar, esperar, porque todo tiene una razón y porque hay algo invisible a los ojos, que será revelado en su momento. Eso se llama fe.


Entonces algo pasa...

...


Parece que sonríe. Se pone serio. Está molesto conmigo. Está triste. Está callado. Y todo al mismo tiempo.

Imposible saber si su cara pintada se movió de verdad o es solo el efecto especial de algunas pinturas, que como esta, te siguen con la mirada, no importa desde qué ángulo mires; pudo ser un momento de gracia, o solo una cuestión de perspectiva visual.

Y mi pregunta sigue flotando en el aire:

- ¿Por qué no puedo respirar?


La respuesta llega de repente. El sagrado rostro gesticula:

- Abre la boca.

lunes, 14 de noviembre de 2016

Recuerdo # 2

Los pensamientos de Beatriz



Ella amaba los pensamientos, especialmente los morados.

Eran sus flores preferidas y todas las semanas había varios floreros por los pasillos. Iba las compraba, o se las regalaban en los brazos, como algo que es muy querido.

Yo la acompañaba a arreglarlas en el lavadero, en la parte de atrás de la casa familiar del Nicolás de Federmán...


Beatriz era mi abuela y sus pensamientos eran hermosos, íntimos, con clase. Como ella, que me quería con todo el corazón; como yo quería ser...

Aunque no eran en ese momento mis flores preferidas:

¿por qué pensamientos en vez de rosas?

y en todo caso... ¿para qué flores?

- Pues porque son hermosas y porque son para La Virgen María...-


Ahí supe que a la madre de Díos, al menos en la que fue mi casa paterna, esas le gustaban más; y que siendo las flores una señal de veneración para mi abuela, se convertían también en una prueba física de cariño y devoción por los suyos, para que María estuviera contenta e intercediera por nosotros.

Por eso había que cortar con cuidado los tallos, limpiar con paciencia las hojas y armar con dedicación los buqués. Para que fueran parte del paisaje, para que alegraran a la milagrosa y para que se alojaran en forma de inflexión en mi memoria; para que fueran la evocación de la belleza y de la elegancia, del amor de mi Beatriz.

lunes, 18 de julio de 2016

Recuerdo # 1

Maíz pira de colores


Ir a cine era un lujo. Eso estaba claro en mi cabecita de cinco años, pero mi mamá, el sol de mi vida, me invitaba.

Compraba 'Bon bon Bum' y otras cosas más que ya no recuerdo, lo empacaba todo en una bolsa y lo metía bien al fondo de su cartera negra, porque claro, estaba prohibido entrar comida a los cinemas; la que vendían en la confitería no la podíamos comprar. No importaba. De todos modos era casi lo mismo que llevábamos pero más caro, así que no valía la pena. Esa era la lógica.

Luego de empacar las golosinas, ella ya muy bonita con sus botas puestas y su capul peinado, después de haberme recogido el pelo, perfectamente templado, eso sí, me ponía mi chompa rosada y nos íbamos.

Así era la logística de casi todas nuestras salidas. Nada se parecía a la felicidad de salir a pasear con mi mamá y si era a ver película, pues mucho mejor!

Solo había una cosa que no era perfecta cuando llegábamos al cinema. Cerca de la taquilla vendían maíz pira dulce y de colores: rosado, verde, amarillo. Y yo lo quería probar...

Mi mamá hizo una concesión. Decidió comprar una porción de crispetas.

- que sean de las de colores, que sean de las de colores, por favor que pida las de colores -
Estábamos en la fila y a mí me daba pena decir, pero suplicaba mentalmente.
...

El poder psíquico me falló. Cuando llegamos al mostrador preguntó por maíz pira salado y yo no me aguanté más. Pedí con ojos de pena...

- mi amor, tú sabes que no se puede, esas son muy caras.- me respondió con tristeza.

Era cierto y yo lo sabía desde otras salidas. Me invadió la vergüenza. Ya no me acuerdo qué contesté, pero debió ser algo así como:

- Pero mami...-

Y luego, con los ojos vidriosos:

- Perdón... -

Las dos nos quedamos tristes. Ella por no poder complacerme y yo por haberla puesto triste a ella. Que tonta, ya sabía que no tenía que pedir nada o ella se iba a sentir mal...

Lo que no sabíamos era que alguien de buen corazón había visto la escena. Una señora, que iba detrás de nosotras, había comprado el maíz de colores y cuando vio nuestro dilema íntimo, me ofreció de su paquete.

Yo estiré la mano y el mundo volvió a ser bueno. Probé las rojas. ¡Deliciosas!
Mi mamá se puso feliz y yo también. Calmado el antojo, dimos las gracias a la señora y entramos a cine.

lunes, 20 de junio de 2016

Buenos Aires

Todos me quieren hablar de Buenos Aires.

No se han enterado de que no quiero ver más fotos de 'Palermo', que no se nada de 'La Recoleta', ni de 'La Boca'; nunca he sabido porque un 'Jardín Japonés' y Obeliscos debe haber en todo el mundo.

Tampoco me gusta el fútbol, ni el socialismo decadente. De Messi sé lo mínimo y a Cristina la odio.

Me consuelo con saber que está amargada. Y todo por culpa de Macri, que sí me cae bien, y que hace poco se paseó por Bogotá. Ese evento me lo perdí porque no tenía credencial para cubrir presidencia, pero si a la política no se le puede uno acercar tan fácil, a la cultura sí. En Agosto vienen los músicos 'Les Luthiers', con su show divino. A eso sí voy.

Liniers por su parte, cada vez es más famoso en Bogotá. Sus dibujos llenan mis librerías preferidas. Allá tampoco puedo entrar, no tengo plata y si tuviera no debería comprar, ya tengo suficientes 'Macanudos' sin leer.

Después está la gente que sigue en mi vida solo para echarme en cara a la Argentina. Se van de paseo, se van a vivir, se toman fotos con vino y caminando felices porque el otoño es muy lindo allá. Y seguro que sí.

No quiero hablar con ellos. Mejor le charlo a Díos, que me escucha, pero adrede no me contesta, y como me canso rápido de hablar sola, pues me distraigo con mi celular. Abro las redes sociales y veo publicaciones de Francisco, que es papa, argentinísimo y además famoso en Facebook e instagram;  seguro que el padre del cielo no es argentino, pero sí tenía que escoger a uno para representarlo en la tierra.

Apago el celular y prendo el televisor. Mis canales preferidos me ponen créditos de "seguí viendo nuestra programación" porque claro, tenían que estar en español de Argentina, igual que los dramatizados de los comerciales.

Todos me quieren contar de Buenos Aires, pero yo no voy. No viajo porque no sólo no me invitan, sino que además me desinvitan y yo así no puedo.

El único problema es...

Que hace rato tengo los pasajes.

El sapo

Está bien. Me trago este sapo. Voy directo a la cañería, donde sé que está escondido. Él de algo tiene que morir y yo de alguna carne tendré que vivir.

Por eso me lo como, porque no hay más personas aquí, tampoco hay comida. Hace tiempo que somos solo los dos; tengo certeza, porque es lo único que escucho en esta ciudad, abandonada en una época de depresión.

Lo siento moverse cerca de mi cambuche improvisado en una habitación vacía, como salta baboso entre la suciedad de las tuberías, en las paredes.

El sapo tiene que morir y yo voy a vivir asqueada, pero más que él.

Hay un hueco en el muro...

Estiro la mano. La hundo profundo en la arcilla, húmeda, con soportes de madera podrida, a través de un tubo metálico; y entonces lo siento arrastrarse. Baboso,  maloliente, pero digerible. Llegó la hora.

Con el fin de su existencia me compro tiempo, mientras encuentro la solución a este problema de hambre y abandono.


viernes, 1 de enero de 2016

Invierno en Vitoria

Pasa una hoja corriendo, debajo de la silla del parque...

Es invierno, pero no tenemos frío; además de los efectos del calentamiento global, experimentamos la dicha de estar vivos.

Una hoja seca es suficiente para mantener el espíritu elevado.