Lo que Henrieta no sabía es que las flores en el pelo ya habían pasado de moda, por eso las vestía con orgullo cual jardín de burgués americano. Pero no había tal. No había jardines, ni flores, ni había nada.
Y aún así, para una joven invidente el mundo es incorrupto, hermoso, hecho a la medida de su imaginación. Y en la cabeza de Henrieta, las flores eran escenciales.
Ilustración 'Me como a mi' por Vero Gatti
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